Las opiniones de la Reina de España sobre homosexuales, aborto y eutanasia no pueden sorprender a nadie, respecto al fondo de las cuestiones. La Reina habla como la señora pona que es. Menos me gusta de ese fondo la elección de sus víctimas. Al fin y al cabo gays, abortistas y agonizantes son colectivos débiles, cuyas reivindicaciones suelen transitar dificultosamente por la actualidad. Sus excesos, sus aprovechamientos y sus falacias pueden ser criticados; pero se trata de un ejercicio muscular que no supone mayor riesgo ni problema. Habrá vocerío, desde luego. A las pocas horas de que se conocieran las expansiones de la Reina los colectivos gays de valles y montañas ya inundaban de comunicados las redacciones. Pas… Puro trueno sin rayo. Algo muy distinto habría pasado si la Reina de España hubiese dicho lo que piensa sobre los nacionalistas y los nacionalismos. Sorprendentemente sus declaraciones en este sentido son laxas, distanciadas y escépticas. Sobre los episodios catalanes de la quema de efigies se limita a decir: «Queman fotos, trozos de papel; ya se apagarán». Muy fría y profesional. Tanto como Marie Antoinette y su respuesta imperial ante el pueblo sin pan: «Que les echen croissants…» Espero que nadie cometa el error de tratar de distinguir entre las opiniones políticas y las que presuntamente no lo son, porque sería un error mayúsculo. Política es hablar de los nacionalistas y política es hablar de los gays. Y la realpolitik debe aplicarse a todos sin distinción. De ahí que la mejor realpolitik de la Monarquía haya sido siempre el silencio.
Sin embargo, el rasgo que realmente me fascina de este asunto no tiene que ver tanto con el fondo de las opiniones como con la decisión de darlas. Y con la evidencia, otra vez confirmada, de que sólo la vanidad mueve al mundo. Una mujer que ocupa el trono de España; que ha criado hijos y nietos y que ha cumplido los setenta años en augusta majestad; que habrá asistido a cientos de conversaciones interesantes, confidenciales, todas de primera mano y con hombres y mujeres de primera mano; una mujer cuyo destino de esfinge sabia (pleonasmo que nunca hay que dejar evolucionar, ¡hablando!, hasta el oxímoron) envidiarán tantas personas de este mundo decide hablar de pronto para los periódicos. Y convoca a una expertísima cultivadora de vanidades para hacerle saber cuál es su opinión sobre el orgullo gay. ¡Por los clavos del Borbón ! Es probable que el mundo no pudiera vivir sin esas opiniones; pero es seguro que la Reina ya no podía vivir sin darlas. De pronto la señora de la manita levantada y sonrisa animosa pero melancólica, ha concedido una entrevista. ¿Pasar a la Historia? A quién diablos le importa pasar a la Historia habiendo el Periodismo.
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