De tiendas

Si es verdad que los fenicios inventaron el comercio, seguro que fue tras hacer un master en Nueva York. Cualquier cosa que pueda comprarse con dinero, se encuentra aquí: objetos, animales, personas; productos de todo el mundo, perecederos y manufacturados, servicios inverosímiles, intangibles y futuros. Legales e ilícitos. Lujosos y tirados de precio. Hermosos y horrendos. Rarezas.

La mayoría de los establecimientos se pueden visitar libremente, sin necesidad de sacar la cartera (algo frustrante a veces –sobre todo en Dean & DeLuca a las horas de comer) y algunos son verdaderos museos. Pero no hace falta comprar para disfrutar. En serio. Los dependientes son, por lo general, mucho más amables que en España.

Por cierto, ésta es La Madre de Todas las Tiendas, donde empezó todo.

Menos aparatoso y mucho más neoyorquino resulta, por ejemplo, el Chelsea Market, galería comercial semisubterránea rehabilitada a partir de un edificio de 1890, en el famoso "estilo Ruina Factory", tan popular en la city: todo parece dejado, pero sólo lo parece. Las panaderas son por aquí bastante majas.

Otros comercios que me han llamado la atención: comics a tutiplén –un catálogo apabullante incluso para un experto– en Forbidden Planet; la sensacional Apple Store de Soho, digna de Minority Report; tiendas de manga, auténticas, en Chinatown. Y floristerías en cada esquina; aunque no se con quién harán el negocio, porque a las chicas guapas les regalan las rosas por docenas.

Por cierto, ¿habrían adivinado al pasar por la puerta que Number (W)ine es una de las tiendas de ropa más selectas y caras de Tribeca (par de botas negras de pandillero killer: 1.200 dólares).