martes, 25 de julio de 2006

Holden en el Museo

"The best thing in that museum was that everything always stayed right where it was. Nobody’d move. Nobody’d be different. The only thing that would be different would be you."

… Aunque era domingo y Phoebe no iba a estar allí con sus compañeros de clase ni nada, y aunque estaba muy mojado y hacía un día muy feo, atravesé todo el parque hasta llegar al Museo de Historia Natural. Sabía que ese era el museo al que se refería el chico de los patines. Me sabía de memoria toda la rutina del museo. Phoebe estudiaba en el mismo colegio que yo cuando era niño, e íbamos allí siempre. La profesora Aigletinger nos llevaba casi todos los benditos sábados. Algunas veces íbamos a ver los animales y a veces a ver las cosas que los indios habían hecho en la antigüedad: vasijas y canastas de paja y cosas de esas. Me pongo feliz cuando pienso en eso, como ahora. Me acuerdo que después de ver las cosas de los indios, nos íbamos a ver una película en ese auditorio gigante. Colón. Siempre ponían a Colón en el descubrimiento de América, con un montón de problemas para pedirle dinero prestado a Fernando e Isabel para comprar barcos, y luego los marineros amotinándose y todo eso. Nadie atendía un carajo al pobre Colón, pero uno siempre llevaba un montón de confites y de chicles, y el interior del auditorio se llenaba de un olor delicioso. Siempre olía como si afuera estuviera lloviendo, aunque no fuera así, y era como estar en el lugar más seco, agradable y acogedor del mundo. Me encantaba ese bendito museo. Me acuerdo que había que pasar por la sala de los indios para llegar al auditorio, que era un salón largo, largo, y a uno sólo le permitían hablar en voz baja. La profesora iba primero y luego los estudiantes. Eran dos filas de niños, así que cada uno tenía un compañero. La mayoría de las veces me tocaba con Gertrude Levine, que siempre quería cogerme de la mano, y mantenía la suya como pegajosa o sudada. El suelo era todo de piedra, y si a uno se le caían las canicas que tenía en la mano, rebotaban como locas haciendo un ruido escandaloso; entonces la profesora paraba la clase y se volvía a ver qué diablos estaba pasando. Pero la señorita Aigletinger nunca se molestaba. Luego uno pasaba por una canoa india, más larga que tres Cadillacs en fila, con unos veinte indios adentro, unos remando y otros por ahí de pie mirando mal, pero todos con la cara pintada para la guerra. Había uno aterrador en la parte de atrás de la canoa, con una máscara puesta. Era el curandero y me daba mucho miedo, pero de todas formas me gustaba. También, si uno tocaba los remos o cualquier otra cosa cuando iba pasando, uno de los vigilantes decía "Niños, no toquen nada," pero lo decía en una voz suave, no como un maldito policía o algo así. Luego uno pasaba por una vitrina, con unos indios adentro frotando palitos para hacer fuego, y una mujer india tejiendo una manta, como inclinada hacia adelante, y se le veían todos los senos al descubierto. Nosotros nos quedábamos mirándola, incluso las niñas, porque no eran más que niñas y no tenía más senos que nosotros. Enseguida, antes de entrar en el auditorio, al lado de las puertas, uno pasaba junto al esquimal, que estaba sentado pescando al pie de un hoyo en el lago congelado; tenía dos pescados afuera que ya había cogido. Chico, el museo estaba lleno de vitrinas. Había incluso más en el piso de arriba con venados bebiendo agua de unos pozos, y pájaros volando hacia el sur en invierno. Los pájaros que estaban cerca de uno estaban rellenos y colgaban de alambres, y los de más atrás estaban simplemente pintados en la pared, pero parecía que todos estuvieran volando al sur, y si uno se ponía boca abajo y los miraba como al revés, daba la impresión de que tuvieran más prisa aún de irse al sur. Pero lo mejor de ese museo es que todo estaba siempre en el mismo lugar. Nadie se movía. Uno podía ir cien mil veces y el esquimal estaría acabando de coger esos dos peces, los pájaros todavía estarían volando hacia el sur, los venados estarían tomando agua del pozo, con su preciosas cornamentas y sus patas bonitas y delgadas, y esa india de los senos desnudos estaría todavía tejiendo la misma manta. Nadie iba a estar distinto. Lo único distinto era uno. No es que uno tuviera más años o algo así. No era precisamente eso. Uno era distinto, eso es. Uno tendría una gabardina puesta esa vez. O a tu compañero en la fila le habría dado escarlatina y tendrías un compañero nuevo. O habría alguien remplazando a la señorita Aigletinger y dando la clase por ella. O uno habría escuchado a sus padres en una violenta pelea en el baño. O habría acabado de pasar por uno de esos charcos en la calle con arco iris de gasolina. Es decir, uno sería diferente de alguna forma... no puedo explicarlo. Y aunque pudiera, no estoy seguro de que tuviera ganas..."

("El Guardián entre el centeno", J. D. Salinger)


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me imagino que habrá disfrutado de la exposición dedicada a Darwin. Es la más ambiciosa y completa que se haya montado jamás en torno al evolucionismo y contra el creacionismo que, por cierto, está en preocupante auge en aquel país.

Anónimo dijo...

qué gran novela en un pequeño libro!

Anónimo dijo...

otra vez, "nadie se baña dos veces en el mismo río" y muchas otras cosas, tan bonitas. Gracias, Lince

Anónimo dijo...

Y con Lynx de viaje, quién quiere guías?

Anónimo dijo...

... pues como le coja el gustillo, vamos listos!