martes, 30 de enero de 2007

Ni para calcetines...

... tiene el pobre presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, de visita oficial en Turquía, pillado in flagranti tomate cuando acudía a la mezquita de Selimiye y tuvo que descalzarse de forma obligatoria, como cualquier otro visitante a un lugar sagrado musulmán.

No me resisto a colgar las fotos, mientras recuerdo mi primer viaje a Japón. Nos teníamos que quitar los zapatos en todas partes y el colega holandés que nos acompañaba lo pasó francamente mal enseñando sus revoltosos pulgares en salones, templos y restaurantes, desde Tokio hasta Kyoto.

Lo más chungo es que Wolfowitz, con un salario diario equivalente al sueldo anual de mi amigo Jan, no lucía sólo un tomatillo... sino dos!

Ya me lo decía mi abuela: "Cámbiate todos los días de ropa interior y de calcetines; si no por higiene, hazlo al menos por si te atropellan y han de llevarte al hospital..."

(exclusiva del diario Hürriyet, de Estambul. Visto en Periodista Digital)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Este individuo es el mismo que se escupía en su propia mano para mojarse el pelo y peinarse antes de una entrevista en televisión en la película de Michael Moore Farenheit 9/11 (Creo que se llamaba así)...

Anónimo dijo...

Sí, para mí que el amiguete nos ha salido pelín guarrete. Pero mejor que los agujeros se los haga en los calcetines que en las balanzas de pagos de algún país (que no sé por qué pienso que sería un país del hemisferio sur...).

Y dicho esto, que le compren unos calcetines. Invito yo.

Vince dijo...

¿Y no apovechó ningún periodista para preguntarle como creía que influiría la marcha de la economía mundial en el mercado de los TOMATES? A mí me habría costado no caer en la tentación...

Anónimo dijo...

Y además qué poco detallismo. Ya que se ve obligado a vestir en serios y oscuros colores por fuera, qué menos que dejar que la fantasía anime su ropa interior, y lucir calcetines de atrevidas combinaciones tropicales. Aún recuerdo una foto de una reunión de la UE allá en los finales 90 en la que se veía a todos los presidentes en sobrios trajes azul oscuro, gris oscuro, o negro, todos con corbata a juego, y en la esquina, destacando con atrevimiento, el presidente portugués, con un traje gris claro casi palateado y una corbata amarillo fosforescente que casi quemaba los negativos: la mirada se te iba a Portugal, el resto de Europa se apagaba ante su esplendor.
¡Un poco de fantasía, señores capitostes!
Éste humilde servidor de ustedes suele ser recriminado por sus compañeras por su manía de vestir siempre de negro: a ello respondo que cuando lo deseen estaré encantado de mostrarles mis impactantes boxers de color naranja brillante; la audacia bien puede llevarse por dentro.