Cunde el desaliento, y la alarma, entre la comunidad científica española. Mientras a nuestro presidente del Gobierno se le llena la boca de lírica al consagrar “La Innovación” como “motor del crecimiento económico”; o al declamar la necesidad de un “cambio en el modelo productivo” para salir de la crisis, las cuentas del Estado para el próximo año exhiben la prosa cruda de una drástica reducción –de más del 15%– en la inversión pública en I+D+i (Investigación, Desarrollo e Innovación).
Es la misma retórica voluntarista que llevaba a la Ministra de Ciencia a declarar hace sólo unos meses: “Quiero que la ciencia levante pasiones”; pero sin asumir el verdadero compromiso, quizás el único, que puede exhibir un político: que sus convicciones se expresen en los presupuestos.
Los gobiernos de las dos últimas legislaturas se han dedicado a pregonar la necesidad de invertir en ciencia y tecnología; incluso prometieron aumentar dichos fondos a razón de un 25% anual. Pero a la hora de la verdad, y de los números, sólo ha habido recortes: ahora ya sabemos que el año que viene habrá menos contratos para jóvenes investigadores, menos compras de equipos de laboratorio, menos fondos para los centros de excelencia...
Todo lo contrario de lo que han hecho Francia y Alemania, cuyas cuentas estatales para 2010 incluyen un notable aumento de la inversión en estos capítulos.
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