jueves, 21 de septiembre de 2006

Ofidiofobia

¿De dónde procede nuestro terror irracional a los reptiles y, particularmente, hacia las serpientes?
Al margen de que el asunto diera pie a Herr Freud para desarrollar alguna desopilante teoría, independientemente de que las religiones del Libro consideren al bicho como una encarnación del Mal, más allá de los buenos-malos ratos que esta fobia nos ha hecho pasar con Indiana Jones, la antropóloga californiana Lynne Isbell nos acaba de descubrir ahora que debemos estar muy agradecidos a pitones, víboras, culebras y similares.
Según el artículo publicado en la muy recomendable revista Seed, el pánico a las serpientes habría servido para desarrollar nuestro cerebro y, particularmente, nuestra capacidad de visión, a unos niveles muy superiores a los de otros vertebrados, hasta el punto de potenciar muy positivamente ciertos niveles de la evolución cerebral pre-humana, compartidos, por cierto, con los chimpancés.

(para los más atrevidos: ya llega Serpientes en el Avión, no se la pierdan!)

6 comentarios:

Lynx dijo...

Tranquilos: los bichos no están vivos, sino congelados; pertenecen a una exposición del fotógrafo suizo-italiano Guido Mocafico. La imagen está tomada en la Feria de Arte Contemporáneo de París.

Vince dijo...

Yo teorías como esas ya las había leído en otras ocasiones, pero ¿Por qué precisamente a las serpientes entre todos los bichos potencialmente peligrosos que había por ahí?

Anónimo dijo...

Seguramente porque son los mejores depredadores arbóreos y de maleza, y verlos antes de que los tengas encima tuyo es una buena garantía de sorevivir y legar tus genes (cosa que se complica mucho si una boa constrictor te da un abracito)
Se todas formas no le veo demasiado valor científico, ya que es una elucubración que no puede demostrarse, o al menos no veo cómo.

Anónimo dijo...

tiene razón, japa. Muchos paleoantropólogos parecen guionistas/novelistas frustrados: encuentran una mandibula de hace 3 millones de años y empiezan a alucinar: que si era una niña de dos años, que si se peinaba con coleta, cantaba en la ducha, trepaba por los árboles y jugaba con tabas del uro...
Por favor! está bien esa pretensión de hacer la ciencia digerible para los profanos, pero que se corten un poco!

Anónimo dijo...

Hombre, la edad sí puede saberse, y en determinadas circunsatncias el sexo también (si tenemos la pelvis) e incluso puede aventurarse algo sobre su dieta ya que deja rastros en la composición de los huesos y el desgaste dentario, pero de ahí a decir que se fijaba mucho en las bichas, o que llevaba coletas (hombre, si además se ha conservado el coletero, pues entonces sí, claro) o que le gustaba ir de compras con su mami…

Afortunadamente algunos paleoantropólogos y paleontólogos saben distinguir cuándo escriben sobre pruebas sólidas y cuándo especulan. Es el caso del excelente ensayo "el mono obeso" de Campillo (aunque las conclusiones finales sobre cómo establecer nuestra alimentación hoy son bastante discutibles), o del clásico "Los dinosaurios de sangre caliente" de A. Desmond, mientras que el caso contrario (la especulación disfrazada de verdad sólida e irrefutable) se ve demasiado bien en alguno de los últimos libros de Arsuaga (como en "los aborígenes"), en contraste con sus primeros trabajos, (mi favorito es "La especie Elegida") mucho más sólidos. Aunque en ese caso creo que no es tanto el intento de hacer la ciencia digerible como el querer publicar continuamente para aprovechar el tirón publicitario de Atapuerca.

En eso los físicos (y físicas) tienen una ventaja: en general tienen medios para probar o refutar sus teorías, ya que los procesos son observables hoy como lo fueron ayer. En cambio la paleontología sólo puede trabajar sobre lo que queda e inferir el resto.

Anónimo dijo...

La verdad es que es una teoría veraderamente cogida por los pelos...